La muerte: aquel velo negro existente desde que se formó la vida hace parte de las dualidades de la existencia: lo bello y lo feo, lo claro y lo oscuro, lo áspero y lo terso, lo dulce y lo salado, lo bueno y lo malo. Sin embargo, su carácter especial se encuentra en algo tan contundente como la eliminación del cuerpo físico del plano tangible; la cesación de la vida. La vida y la muerte no pueden existir la una sin lo otra, sin embargo, no pueden coexistir en el mismo plano. No se puede probar los frutos de la vida, sin confrontar lo indescifrable de la muerte. Sabemos que el tiempo compartido en la tierra es limitado, tanto el nuestro como el de los seres que amamos. Y no nos mintamos, aquella verdad no es menos que aterradora. Debe ser por eso que la muerte lleva consigo un tabú: no se nombra, no se habla, no se piensa. Creemos que, evitando su nombre, detendremos su actuar. Pero la realidad es que la muerte no perdona, no discrimina, no desaparece. Primero desaparecemos nosotros que ella. Siempre está ahí y nos asecha silenciosamente. Cada cuanto, hace su aparición y recordamos su existencia. Pero ¿qué pasa cuando vemos su rastro y escuchamos su respiración cada vez más cerca? ¿Qué hacer cuando la muerte nos asecha sin descanso?
Desde que empezó la pandemia causada por el Covid-19, la vida se siente irreal, pareciera que vivimos en medio de novelas y películas de ficción distópicas, aunque sin duda, cada vez es más cierto que la realidad supera la ficción. Cada día, al convivir con nuestra efímera humanidad enfrentamos pobreza, injusticia, violencia, inseguridad, maltrato, enfermedades tantos físicas como mentales, manipulación mediática, dominación y absolutismos políticos, y con esto tristeza, desesperanza e incertidumbre porque ahora no sabemos que nos tiene deparado la vida, ni mucho menos cuando es nuestro turno de tocar la muerte. Vivimos en un abismo constante, evitando llegar a nuestro último suspiro debido a un paso en falso. Buscamos conservar la vida a toda costa, olvidando muchas veces que la muerte es eterna, mientras la humanidad, efímera. Vivimos en una lucha constante contra la muerte que nos pisa los talones, pero ¿qué sucedería si nos rindiéramos ante la inmensidad de lo desconocido? ¿Si aceptáramos a la muerte hermana gemela de la vida? Y de pronto, hiciéramos los pases con su existencia. ¿Lograríamos vivir mejor? ¿podríamos develar la grandeza de la experiencia humana?
Para poder contestar estas preguntas, hare alusión a dos tradiciones filosóficas y espirituales: el budismo y el taoísmo. Ambas buscan brindar una perspectiva diferente de la muerte, pero sobretodo humana, con el propósito de poder dejar de lado por unos cuantos minutos, la concepción cristiana de la muerte como consecuencia del pecado original y expandir nuestra percepción sobre uno de los fenómenos más misteriosos de la humanidad. Espero con esta reflexión expandir los horizontes de las personas que se vean intrigadas por este tema y brindar un poco de paz y aceptación a los que estén afligidos por la pérdida de un ser querido, atravesando consigo un dolor tan fuerte como humano. Si bien es cierto que no ganaremos la batalla contra la muerte, es importante visibilizarla para poder aceptarla.
La tradición budista, al ser una práctica espiritual, considera que lo que anima al ser humano es una entidad distinta a la corporal, que es lo que nosotros conocemos coloquialmente como alma. El alma emplea temporalmente al cuerpo para manifestarse en el plano terrenal. El alma como conciencia, vive en un flujo de eterna continuidad de experiencias y al igual que la ley de la energía, no se crea, ni se destruye, sino que transforma. La muerte no es el fin absoluto de la conciencia, sino que es una transición entre una forma de vida y otra. La cesación del cuerpo físico tal como lo conocemos no es un enemigo, sino un gran aliado porque nos recuerda la importancia del vivir y de aprovechar el tiempo. Es imperativo que la aproximación a la muerte deba hacerse en una tónica de naturalidad, porque es algo que nos acontece a todos, no tiene salida, no es el fin de la existencia anímica, sino tan sólo una transición. Para la muerte hay que preparase y para ello hay varios métodos tradicionales que nos ayudan, tales como lograr sueños lúcidos, que nos son más que estados parecidos a la vigilia que si logramos controlar, nos entrenan para también tener control sobre la transición. Tenemos además otras herramientas como la meditación y la visualización de los futuros escenarios a lo que se puede enfrentar el alma, pero lo más importante, es la aceptación de la muerte con naturalidad. Hablar de la muerte, contemplarla y preparase en vida para su llegada, implica que debemos recordarnos constantemente que tarde o temprano vamos a morir, porque todo esto nos asegura una transición serena.
La preparación para este suceso se asemeja mucho a la filosofía medieval del “Ars Vivendi” y el “ Ars Moriendi” que se traduce del latín como “El Arte de Vivir” y el “Arte de Morir”. Según Martio Antonio Karam, presidente de la Casa Tibet México “para poder prepararse para morir con plenitud, hay que vivir con plenitud e integridad”. La manera en la que se vive determina la tranquilidad a la hora de morir, por eso hay que hacerlo de la mejor manera posible. Esto también es importante porque según el Samsara, figura budista que también es compartido con el hinduismo, todos los seres pasan a través de un ciclo indefinido de nacimiento, muerte y renacimiento hasta que encuentren la liberación. Una vida integra presente, es importante para tener una vida integra futura.
Ahora, ¿y qué pasa con las personas que quedan y deben atravesar un proceso de duelo? El budismo también enseña a través de La Cuatro Nobles Verdades como sobrellevar esta situación. La primera noble verdad, es la verdad del sufrimiento (dukkha) "desde el nacimiento hasta la muerte hay sufrimiento. Todo lo que sea propenso al apego pasará por el sufrimiento”. La segunda noble verdad es sobre el origen del sufrimiento: “el origen del sufrimiento es el deseo”. Desear la vida, desear el placer o desear la exterminación conduce al sufrimiento. La tercera verdad, se refiere a la cesación del sufrimiento al desapego y la renuncia al deseo. Finalmente, la cuarta verdad es la del sendero que consiste en hacer todo de forma correcta, con luminosidad y conciencia, buscando lograr la iluminación y liberación final del alma. De estas cuatro enseñanzas podemos concluir que sentir dolor por la pérdida de un ser querido es normal, pero si practicamos el desapego, entendiendo su naturaleza y repitiendo su esencia, podemos lidiar con este dolor y evitar el sufrimiento prolongado, pues todo en la vida es temporal, inclusive la vida misma.
Otra tradición filosófica que nos enseña mucho sobre la muerte es el taoísmo, que logra convertirse en un pilar fundamental del pensamiento de China, esta tradición está basada en la escritura de diferentes libros sagrados, siendo el Tao Te King el mas popular porque promueve la fusión o la comunión del ser humano con la naturaleza. La visión de la muerte para esta corriente está basada en el equilibrio y la armonía.
La muerte según el Tao es un fenómeno absolutamente normal que forma parte del ciclo de la vida y la naturaleza. Después de transitar por el mundo físico y material, el estado natural del ser humano es regresar de nuevo a la unidad, de donde surgió en primer lugar.
Para el Tao la muerte no es más de lo que es la vida y aunque sabemos poco de la muerte, tampoco sabemos mucho de lo que sucede antes del nacimiento, por ende, debe ser un estado natural y no escalofriante. Gracias a la muerte, la vida y la naturaleza pueden continuar. Por ende, la muerte no es una pérdida, sino un regreso al origen, en palabras tranquilizadoras de Tao Te King “un rio que fluye de vuelta al océano de donde salió.”
Dos corrientes orientales, dos visiones alternativas a las tradicional del mundo occidental, para algunos son algo nuevo, para otros, conocido. Se esté o no de acuerdo con estas, la invitación es a explorar el sentido de la vida y con ella la naturaleza de la muerte. Bien se sabe que no hay luz sin oscuridad, y la belleza de una depende en la carencia de la otra. Encontrar el sentido personal de la muerte va más allá de una cuestión religiosa o ideológica; es una percepción intima de interactuar con la realidad, con un proceso natural, que no deja de ser misterioso en su esencia. Entre más nos liberemos del miedo a la muerte, más se puede disfrutar de la experiencia de la vida, mejor se está al momento de partir y más tranquila será la transición. Y quien sabe, por medio de este universo tan enigmático, de pronto en un futuro, nos reencontremos con los seres que amamos para compartir la experiencia de un nuevo renacer.
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