Si antes no tenía tiempo de amarse a usted mismo, ahora sí que lo tiene. Encerrado entre cuatro paredes y saliendo a tomar aire fresco día de por medio, con la excusa de ir por alimentos si lo detiene un uniformado, este es su momento indicado para aprender a vivir consigo mismo.
Mientras las economías globales se desmoronan en migas que palomas pícaras comienzan a asechar, usted no tiene más remedio que esperar. Incluso, si hoy más que nunca quisiera volar. Y mientras la atención mediática se enfoca en contar las muertes diarias, atribuidas en su mayoría a personas de la tercera edad, quienes descienden al sepulcro sin tener culpa alguna; la educación y la esperanza sufren de ataques cardiacos. Y usted no tiene más remedio que esperar.
Esperar a que la humanidad se vuelva a adaptar como lo viene haciendo desde hace ya miles años. Esperar a que la medicina nos reafirme, que la cura a los problemas no se encuentra destinando los impuestos de los ciudadanos a las armas y a la guerra, sino a la cultura y a la ciencia. Pues ni las potencias mundiales se llegaron a imaginar que la mayor crisis desde la segunda guerra mundial iba a requerir vaciar cartuchos de vacunas, y no de balas.
Hoy, se unen almas caritativas que destinan sus recursos y conocimiento en batallar contra un enemigo que no opina, que no genera controversia, que no hace parte de la extrema derecha o de la extrema izquierda, que no es blanco ni negro, y tampoco adinerado o miserable. Un enemigo que mata en silencio y genera miedo aliándose con los medios. Mientras usted no tiene más remedio que esperar. Incluso, si hoy más que nunca quisiera volar. Y en esa espera, que parece interminable, también se le guarda a usted un cupo en la batalla, para que ayude como mejor sepa hacerlo, en acobijar a los vivos y dejar menos muertos.
El cautiverio que lo rodea puede jugar en su contra si así usted lo desea; o puede ser utilizado como excusa para explorar las profundidades de su ser interior. Sabrá usted que, según la Inpec, hay 180,000 reclusos en las cárceles colombianas. Pero se ha preguntado ¿a cuántos de ellos se les privó realmente de la libertad? A ninguno. Porque la libertad del ser humano transita es por la mente y el corazón, y solo se verá detenida, esposada y tras las rejas, en el momento en el que su medio de transporte descienda al sepulcro. Es por eso, que a quienes verdaderamente se les ha privado de la libertad, es a quienes se les ha privado de vivir, ya sea a causa de enfermedades silenciosas y misteriosas, o como resultado (impensado o mal intencionado) de otras personas.
Y todo esto para invitarlo, en tiempos de o de no cuarentena, a que conozca la libertad que viaja por su cuerpo. Pregúntese cómo puede usted también contribuir a hacer de nuestro mundo un mejor vividero. Rectifique cuál es su propósito en la bárbara aventura que apodamos vida. Recuerde que antes de conocer al resto debe usted conocerse a sí mismo. Y no se le olvide que tarde o temprano, el tiempo y el espacio, también lo privaran de la libertad. Entonces sáquele provecho mientras pueda. Incluso en momentos de cuarentena.
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