Hace poco leí una columna acerca de las próximas elecciones que se avecinan en el 2022 y cómo un espectador que ha realizado un seguimiento minucioso al actual gobierno es imposible no sentirme intrigado por lo que ha de suceder con Colombia. Sin embargo, en este momento más que pensar en los problemas que los nuevos mandatarios deberán afrontar, como las crisis económicas o el aumento de violencia en el territorio, me cuestiono acerca de los perfiles de estos personajes políticos y como el poder se ha mantenido en las mismas familias con él paso de los años. Es decepcionante observar el pasado y ver como Colombia es un país que ha sufrido el abuso del control político y social ejercido por las elites las cuales conforman una hegemonía familiar que se ha mantenido hasta hoy en día, convirtiéndose en una de las tragedias más grandes que vive nuestro país.
Al indagar sobre la temática pude encontrar que muchos sociólogos e historiadores recorren un mismo trayecto para abordar y comprender dicha tragedia. La mayoría, incluyéndome, concluimos que el monopolio de la política colombiana no es un fenómeno que se viene consolidando hace poco o si quiera en este siglo pues las dinastías familiares en la política se han venido formando desde el periodo post-independecia. La verdad no me sorprende en lo absoluto, pues en ese tiempo reinaba un amplio deseo por estructurar el Estado llevando a que las familias adineradas tomaran las riendas de la política, excluyendo a indígenas, antiguos esclavos y criollos. Asimismo, más adelante, en los periodos de Regeneración conservadora y República Liberal las elites conformadas por grandes terratenientes y familias pudientes siguieron dominando pues no hubo un fortalecimiento de la democracia a través de la participación de otras ideologías. Sin embargo, eso es el pasado ¿verdad? En la actualidad no suceden ese tipo de cosas, la política de nuestro país ha dado un avance significativo, en lo absoluto se observa exclusión política, amenazas o corrupción. Es más, muy pocos políticos de la actualidad tienen algún tipo de parentesco o si quiera tienen antepasados que estuvieron involucrados en la política, mucho menos son las mismas familias adineradas las que están en el poder tomando decisiones que las favorezcan. Seria increíble poder creer esa mentira y seguir viviendo en la ignorancia, pero lastimosamente no lo es y para mí es imposible no sentir frustración frente a esta situación pues parece ser un destino marcado por encima de la voluntad de los colombianos.
Para ilustrar lo que afirmo, no es necesario remontarme al periodo de la independencia, es tan simple como analizar los apellidos de los 117 presidentes que se han posicionado en los últimos dos siglos pues la lista comprende los apelativos López, Santos, Ospina, Pastrana, Lleras y Mosquera siendo estos los más repetidos en la lista de personajes políticos de Colombia. No obstante, no solo podemos encontrar lazos familiares o antepasados en la presidencia, los podemos hallar también en las alcaldías, asambleas, en la cámara de representantes y en el mismo senado. Permítanme ahora exponerles como ejemplo las dinastías políticas de los Ospina y los Santos. La familia Ospina ha tenido tres presidentes de la república: Mariano Ospina Rodríguez, su hijo Pedro Nel Ospina y su nieto Luis Mariano Ospina, siendo el primero de ellos uno de los fundadores del partido conservador y el ultimo quien lo representaría con fuerza. Por otro lado, están la familia Santos; Juan Manuel Santos presidente de Colombia en el 2010 y reelecto en 2014 es sobrino-nieto del expresidente liberal Eduardo Santos y a su vez es primo del exvicepresidente Francisco Santos. Estas, entre muchas otras familias son solo algunos ejemplos de cómo el poder político se ha pasado entre hasta tres generaciones, siendo la consanguinidad un factor determinante en los gobiernos que ha tenido Colombia. Se ha logrado la monopolización de las decisiones del país y como afirmo el congresista David Racero: “Las élites han secuestrado al Estado a través de sus relaciones familiares.”
Dentro de este orden de ideas la repetición de este destino trágico que sobrepasa la voluntad de los colombianos se puede ver reflejada en las próximas elecciones del 2022 pues mucho se habla de que Tomas Uribe hijo del expresidente y exsenador Álvaro Uribe Vélez se postulará como posible candidato a la presidencia. Aunque el mismo ya haya descartado que eso suceda y haya abierto la posibilidad de que se postulen representantes del Centro Democrático como Paloma Valencia o Paola Holguín no sería raro que en próximas elecciones ya sean presidenciales, para la alcaldía o para el senado sigamos viendo el apellido Uribe en las papeletas de votación.
En definitiva, es triste que la política en nuestro país se limite a lo que dictaminan determinadas familias pues si bien es cierto que un apellido no determina si es buen o mal mandatario, en la mayoría de las ocasiones las decisiones terminan siendo guiadas por los intereses de estas elites. Para las elecciones presidenciales que se avecinan espero poder observar candidatos que puedan ofrecer una variedad diferente y que alimenten la democracia con ideas innovadoras y no los mismos discursos de siempre. Está en nuestras manos poder romper este destino trágico al que esta predeterminado nuestro país, pues lo jóvenes debemos convertirnos en esa voz de denuncia y convertirnos en los héroes del futuro.
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