Una vez leí que vivimos en “la sociedad del sandwich mixto”, un mundo que se asemeja a aquella simple y aburrida cena que jamás elegimos como nuestra última pero tampoco descartariamos para salir del paso, pues ni es demasiado mala ni demasiado brillante. Es una cena mediocre, de calidad media, de poco mérito (como lo define la RAE) y es esa la metáfora perfecta para ilustrar la esencia de la sociedad moderna.
Una sociedad donde reina, dicta y domina la mediocridad, pues los individuos en el poder venden la posibilidad de crear una sociedad utópica, equitativa y libre durante sus campañas políticas únicamente para ser elegidos y posteriormente ocupar un cargo sin el más mínimo ni significativo aire de transformación y progreso. Donde los empleados que son obedientes, disciplinados y medianamente productivos en una empresa son remunerados con un salario y alabados por sus superiores, pues lo importante es cumplir la función sin causar polemica ni alboroto. Donde los jefes ya no son los mentores profesionales que te conducirán al éxito y al descubrimiento pero un títere de la filosofía y la supuesta ética de una compañía, muchas veces fraudulenta y clandestina. Donde se acepta más a quien se mantiene dentro de la media, desde los jardines, los colegios y las universidades pues lo normal es ser del “montón” y lo peculiar y grotesco es sobresalir, obtener las mejores calificaciones, ser el más educado o tener los proyectos más increíbles en torno a la comunidad. Donde se embarca en proyectos metafísicos con pereza y apatía como si la vida fuera un trayecto guiado por la somnolencia pues no te mueve la pasión sino la monotonía. Donde las fuentes de entretenimiento, desde redes sociales, películas hasta los “best sellers” se han vuelto tan etéreos y superficiales que pasamos horas frente a una pantalla sin obtener el más mínimo beneficio intelectual o íntimo, sino con una sobreestimulación inutil. Donde los medios de comunicación nos bombardean con millones de noticias simples y vacías que nos muestran la crueldad y el caos del mundo que hemos construido pero no se preocupan en profundizar ni analizar el núcleo de nuestros dilemas. Donde las relaciones interpersonales, sean estas de carácter amistoso, profesional o amoroso se fundamentan en el egoísmo, la competencia, el orgullo y la conveniencia y no en aspectos más fundamentales y valiosos como son la lealtad, el apoyo, la honestidad y la vulnerabilidad. Pues estamos tan acostumbrados al amigo para rumbear y hablar mierda, y no al amigo que entienda mis traumas del pasado y me ayude incondicionalmente hasta superarlos, a la pareja tóxica y manipuladora que me conduce a la locura y no a la amorosa y especial que genuinamente se preocupa por mi bienestar. Al profesor que me llena de datos, teorías y números, y no al que me enseña a ser un pensador crítico, integral y desafiante. Al libro que me da todos los consejos al pie de la letra para conseguir lo que quiero en la vida e impide que comience mi proceso de creatividad e imaginación.
Eso somos, en eso nos hemos convertido, en un sistema que idolatra la mediocridad y que se inyectó ese espíritu como veneno en sus cuerpos. Un sistema donde aquellos que piensan “fuera de la caja” y cuestionan todo a su alrededor (desde la dinámica de trabajo de su jefe hasta las instituciones políticas de la nación) son vistos como alienígenas descabellados, como lunáticos esquizofrénicos, son tildados de libertinos, mamertos, castro chavistas y desadaptados. Como si las leyes del estado, los discursos de los presidentes, los dogmas religiosos, las constituciones, etc fueran verdades infalibles y perfectas que no se pueden debatir ni polemizar. Donde los que apasionadamente destruyen prejuicios y estereotipos inmersos por siglos, que van desde la orientación sexual, la raza, el estatus socioeconómico hasta el género son silenciados porque presentan un peligro latente. Donde los que anhelan ser agentes de transformación y renacimiento, que lideran movimientos como el Me Too para delatar el acoso sexual, el Black Lives Matter para denunciar la brutalidad policial hacia la comunidad afroamericana entre otros son obstaculizados, oprimidos y ridiculizados. Pues todo aquello resulta ser un peligro letal, fatidico para aquellas instituciones supremas que desean mantenerrnos como ovejas en un rebaño, bajo su mando de control, sumisión y esclavitud, para que puedan conducir la sociedad a su merced y construirla en torno a su filosofia, sus prioridades y sus fundamentos. Y lo peor de todo es que nos hemos creído la falacia de libertad e independencia a la que nos han sometido durante siglos, nos hemos creído seres autónomos que construyen su destino en pro de su esencia humana, que se pueden desarrollar plenamente a nivel intelectual, espiritual o íntimo, que tienen voz y voto en todo lo que sucede a nivel macro cuando en realidad no somos más que diminutos engranajes de una maquinaria eminente. Mas que miseros esclavos de la mediocracia cuyo proposito existencial debe ser romper las cadenas en pro de una vida de superación, lucha, resiliencia y coraje.
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